“Me doy cuenta de que si fuera estable, prudente y estático, viviría en la muerte. Por consiguiente, acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante.” Carl Rogers

“¿Y cómo saber si he tomado la mejor decisión? – Nunca lo sabrás-.”

Acéptalo. Te han enseñado a hacer planificaciones estratégicas a cinco años, te han advertido sobre la necesidad de prever el cambio, de formarte para ser más competitivo, te dan lecciones sobre cómo ser más feliz, sobre cómo pensar en positivo para atraer lo que quieres o cómo ser mejor padre o madre para que tus hijos crezcan felices. Y aún así, nada te previene de lo inesperado. Un esposo o una esposa entregados, no garantiza un matrimonio feliz, estudiar en las mejores escuelas no garantiza el éxito profesional, ser un empleado trabajador y honrado no garantiza que no prescindan de ti. Pensarás que aumenta las probabilidades. O no, depende.

Hay una conciencia que va en aumento sobre la importancia de la certidumbre que nos empuja indefectiblemente a la necesidad de control. Si te identificas con uno de estos previsores crónicos, sabrás que la búsqueda constante de la certidumbre lo único que garantiza es vivir en un mar de frustración. Y no digo que te debas dejar fluir con las circunstancias sin hacer nada, sino que algunas formas de previsión se desvirtúan en el intento de querer controlar lo incontrolable.

Lo explica Mario Vargas Llosa “la incertidumbre es una margarita, cuyos pétalos no dejan jamás de deshojarse”. La certidumbre es una falacia. Y la necesidad de saber y de controlar, el camino más rápido a la desesperanza.

Y tú, que tenías tu vida en un Excel, que hacías listas para todo, de repente, todo pierde el sentido en una realidad que se desvanece ante la mirada atónita de un espectador. ¿Cómo ha podido pasarme esto a mí si lo tenía todo bajo control?

Sí, ya sé lo que te dice la gente para intentar consolarte: “lo que ocurre conviene”“era lo mejor que te podía pasar”“ahora te toca reinventarte”,… y con todas esas prendas filosóficas, no sabes por dónde comenzar. Así que te quedas bloqueado pensando en los motivos que te han llevado a no haber sido capaz de prever lo sucedido, y le echas quizás la culpa a tu ceguera emocional, porque tu cerebro necesita alguna forma de explicación para no entrar en cortocircuito.

Y es que por mucho que te digan que debes prepararte para el cambio, hay sucesos en la vida que ocurren contra todo pronóstico y nos cogen con la guardia baja.

Estos sucesos inesperados abren nuevas posibilidades de acción. Tu vida hasta ahora discurría con relativa normalidad, dentro de una rutina más o menos predecible hasta que uno de esos sucesos impactantes se cruza y amenaza tu capacidad de reacción. ¿Qué haces?, ¿por dónde continúas?, ¿qué decisión tomas? No hacer nada, ya es en sí misma una decisión. La vida te susurra que elijas, y aunque te esmeres en hacer un minucioso listado de pros y contras, nunca sabrás si la decisión ha sido la correcta. No busques controlar, sino aceptar la incertidumbre como un fenómeno de vida.

Aparecen para retarte, o lo que es lo mismo, ponen tu mundo patas arriba. Identifica una de estas situaciones, ¿cómo has reaccionado?, ¿qué has aprendido sobre ti mismo? Lo que es seguro es que te has descubierto en uno de estos procesos. Porque has sido capaz de cruzar límites insospechados, porque jamás imaginaste reaccionar de ese modo ante esa circunstancia. Te has visto arriba y te has visto abajo, pero sobre todo has comprobado que nada es para siempre. Que todo lo bueno pasa, y que lo malo también se va. Y que tu única arma ha sido abrazar la incertidumbre y aprovechar todos tus recursos personales disponibles.

Alan Watt cita una frase del maestro Dogen Zenji que refuerza lo anterior:

Si hubiera un pájaro que quisiera examinar primero el tamaño del cielo, o un pez que primero quisiera examinar la extensión del mar, y luego tratara de volar o nadar, nunca podrían moverse en el aire o en el agua.

Vivimos y sufrimos apegados a la certidumbre, buscando desesperadamente saber qué va a pasar a continuación. Y esto, la mayoría de las veces acaba en una sensación de frustración.

Tres breves reflexiones sobre cómo hacer frente a la necesidad de certidumbre:

1. Identifica qué miedos hay detrás de esa necesidad de control. ¿Qué te impide avanzar hacia lo inesperado a sabiendas de que el futuro es incierto?

2.  Acepta el peor de los escenarios. Pregúntate, ¿qué es lo peor que podría ocurrir?

3.  Y recuerda, siempre, la frase del legendario jugador de beisbol Yogi Berra: “El futuro, ya no es lo que era”.

Úrsula Villazón

Directora Técnica de SEN Global Salud