Mucho se especula estos días sobre la predictibilidad del COVID-19, la falta de medidas tomadas a tiempo o las consecuencias a corto y a largo plazo de lo que parece ser unos de los acontecimientos de mayor impacto social de todos los tiempos. También nace la preocupación por saber qué va a pasar después, como se solucionará este desalentador escenario o cómo será la vuelta a la normalidad. ¿Aprenderemos nuevos modelos o quedaremos reducidos a la tan desdeñada normalidad?

Estamos acostumbrados a estar ocupados hasta la locura, a ir por la vida siguiendo un ritmo trepidante. Detenernos a preguntarnos cómo debemos hacer algo, o si debemos hacerlo o no, ni siquiera entraba en nuestros esquemas mentales. La mera idea de parar, nos parecía imposible y torturador, además de una gran pérdida de tiempo.

Y de repente sucede algo inesperado para la mayoría, algo con lo que no contábamos. No es una opción, es una obligación. Hay un viejo concepto que expresa lo difícil que es para las personas afrontar sucesos inesperados. Estamos acostumbrados a planificar y a pensar qué resultado tendrá cada acción que llevemos a cabo, estamos acostumbrados a trabajar con ciertos escenarios predecibles y controlables, pero, qué sucede cuando llega un Cisne Negro. ¿A qué llamamos Cisne Negro? En el viejo mundo todas las personas pensaban que todos los cisnes eran blancos, y nadie ponía en tela de juicio este concepto porque todos los estudios apuntaban a una totalidad de cisnes blancos. Visualizar el primer cisne negro supuso una sorpresa, pero también demostró la fragilidad del conocimiento humano.

Entonces llamamos Cisne Negro a un suceso con tres atributos: el primero es que es una rareza, porque vive fuera de lo esperado, nada o muy cosas del pasado apuntan de forma convincente a su posibilidad. Lo segundo es que ese Cisne Negro, ese suceso inesperado produce un impacto tremendo a nivel social, económico y político; y lo tercero es su predictibilidad retrospectiva, es decir, una vez sucedido, hace que exploremos explicaciones de su existencia después de suceder, con lo que lo hace explicable y predecible, ya se sabe que cuando el carro se ha roto, todos te dirán por dónde debías haber pasado.

¿Cuál es el impacto psicológico que estos Cisnes Negros tienen sobre las personas? Uno de los aspectos que más nos puede afectar es la sensación de falta de control, la incontrolabilidad de lo que está sucediendo y el haber sido reducidos a los antojos de un enemigo invisible. Acostumbrados a entrar y salir, a ser dueños de nuestro ocio y a las rutinas habituales, nace de este desconcierto cierta sensación de frustración.

A ello se suman ciertas expectativas desalentadoras, sobre cómo será la vuelta a la normalidad, el impacto real sobre el trabajo y sobre las relaciones lo que puede provocar pensamientos anticipatorios enmarcados dentro un escenario poco halagüeño.

Además tenemos escaso margen de maniobra sobre el problema, nos han dicho “quédate en casa”, ni más ni menos, tan fácil y tan complicado cuando están en jaque negocios, cuando uno tiene que afrontar facturas o tiene que gestionar en casa la energía de los más pequeños.

Desde un punto de vista más esperanzador, esta cuarentena nos está dando para pensar en cómo cambiarán nuestros hábitos, pensar en nuevos objetivos que perseguiremos una vez acabado el confinamiento y qué cosas aprenderemos a valorar más y mejor, si volveremos a la rutina con más ganas o si esto habrá servido para valorar más a las personas de nuestro entorno.

El impacto psicológico también depende de cómo hayamos vivido esta experiencia y de las circunstancias vitales de cada uno. No es lo mismo estar en primera línea de batalla que ver los toros desde la barrera.

Cuanto más intensa se vive una experiencia, más posibilidades de que se produzca un cambio real y perdurable en el tiempo. No es lo mismo oir que existe una pandemia, que padecerla; no es lo mismo escuchar sobre los efectos económicos previsibles de la crisis sanitaria, que ser despedido o verte obligado a cerrar tu negocio. No es lo mismo. Algunas personas ya no estarán cuando todo esto haya pasado, con la dureza emocional que ello supone para quien se va, y para el familiar o amigo que permanece; otros muchos perderán trabajos o verán reducidos sus privilegios; muchos sanitarios acabarán exhaustos de esta experiencia porque han estado día tras día al pie del cañón en una batalla contra este enemigo invisible.

Lo cierto es que tenemos miedo a lo que viene cuando todo esto acabe y el miedo a la incertidumbre podría cegarnos a todo lo que podemos aprender de esta experiencia. Poco a poco, pero muy poco a poco nos mostraremos curiosos y abiertos a abrir nuevos caminos.

En mi trabajo con pacientes a veces recurro a cuentos y metáforas y en esta ocasión recurro a una que quizá hayas escuchado pero que ilustra la tendencia que tenemos a quedarnos a veces bloqueados esperando que suceda lo que pensamos que tiene que suceder:

“Hubo unas inundaciones y un hombre tuvo que subirse al tejado de su casa. Conforme crecían las aguas apareció un vecino que iba en un bote y le dijo que subiera. “No, – respondió el hombre-, el Señor me salvará”.

Luego apareció un bombero en una lancha. “¡Suba!”, le gritó. “No, – respondió el hombre del tejado-, el Señor me salvará”. Apareció un helicóptero y el piloto le gritó que haría una cuerda. “No,-respondió el hombre del tejado- el Señor me salvará.”

Al final el hombre se ahogó y fue al cielo, donde le preguntó Dios por qué no lo había ayudado. Dios se encogió de hombros: “Te envié un vecino, a un bombero y a un helicóptero. ¿Qué más querías?”.

Podemos quedarnos atascados en el los porqués de lo que está sucediendo, pero, ¿qué quiero que signifique esta experiencia para mí?, ¿quedarme en casa?, ¿ordenar cajones?, ¿pasar bulos?, ¿maldecir diariamente el caos de la casa y de los niños? Esto no solo va del virus que hay fuera, va también de revisarnos, de empoderarnos, de empezar a mirar con curiosidad las cosas, de tomar conciencia de cómo nos estamos comportando como individuo en la sociedad, de abrirnos al cambio y a lo inesperado porque no nos queda otra, y va de arrimar el hombro. Creo que no es momento de varas de medir.

Si comprendemos que las cosas pueden suceder de maneras muy diversas cuando todo esto haya acabado, empezaremos a conectarnos con un sinfín de alternativas.

 

Úrsula Villazón

Psicóloga General Sanitaria

Directora SEN GLOBAL SALUD